sábado, 24 de febrero de 2007

Cultivar la Esperanza

Para sentirnos bien y ser felices debemos poder realizarnos en muchas facetas, tanto personales como sociales: Tener unas buenas relaciones afectivas, un trabajo o actividad creadora, salud física y psíquica, un entorno social y ambiental positivo… Y no es necesario vivir bien todas esas facetas a la vez, pero sí que es importante que haya esperanza de que se pueda cambiar en lo que esté mal en ese momento.
Esta esperanza se basa en la experiencia real de que podemos hacer cambios. Y si en el presente no es posible, la esperanza se basará en que en algún momento de nuestra vida lo pudimos también conseguir. Para así poder seguir por el túnel a pesar de no ver la luz.
La esperanza se puede cultivar, sobre todo viviendo experiencias que nos hagan salir de la impotencia: desde afrontando conflictos que vamos posponiendo con colegas, amigos, o instituciones; o pidiendo ayuda para situaciones en las que solos no podemos, hasta comprometiéndonos más con el cambio social en áreas que nos atañen.
Y este tema es importante, pues no podemos permanecer con los ojos y oídos cerrados a temas como el calentamiento global, o los miles de muertos por hambre cada año en el mundo, las violaciones de derechos humanos, la violencia de género, o la homofobia, que sigue matando a gays, en algunos países, por el simple hecho de serlo.
Vivir con la sensación de que “no puedo hacer nada”, genera impotencia, sensación de alienación, y de que la vida no está bajo nuestro control. Y podemos cambiar eso asumiendo que podemos controlar más nuestras vidas, y a través de cambios en nuestras actitudes, cambiarnos a nosotros y al mundo, aunque solo sea aportando un grano de arena.
Todos podemos ser más conscientes de nuestro derroche energético y cambiar el uso del transporte, o de la iluminación en casa, y buscar formas de ahorro, para no contribuir tanto a la producción de CO2. O podemos reciclar nuestras basuras, o consumir menos y reutilizar más. O podemos no hacer oídos sordos a situaciones de maltrato de las que somos testigos. O podemos participar en campañas, como las de Pobreza Cero, Amnistía Internacional, o colaborar en grupos pro derechos de gays, lesbianas, bisexuales y transexuales. Tanto como voluntarios como colaborando con una firma o algo de dinero.
La solidaridad o la generosidad y la actuación social comprometida favorecen el desarrollo tanto físico como psicológico de las personas, así como el de las sociedades. Y nos hacen sentirnos más felices y mejores personas. Generan una sensación de que un mundo distinto es posible y que yo puedo hacer algo por conseguirlo. Que mi vida, no solo tiene sentido para mí mismo, para mi desarrollo personal o para mi placer, sino que tiene una proyección social ineludible y por tanto necesaria, de la que no podemos evadirnos sin hacernos daño a la larga. Aunque solo sea porque las catástrofes naturales debidas al calentamiento global, o por una involución en los derechos humanos, nos afecte directamente.
Demos un sentido complementario a nuestra vida que vaya más allá de nuestro pequeño ombligo, que nos haga sentirnos partícipes de nuestro destino común de frágiles seres humanos en un planeta limitado y vulnerable. ¡Y actuemos ya!

diciembre de 2005
(publicado en Zero 83)

Hacernos visibles

Nos estamos haciendo visibles a una velocidad increíble, gracias a la presencia en televisión de gays o lesbianas. O con la existencia de barrios como Chueca, o a través de los medios en general, con temas como el día del orgullo, o el matrimonio gay. Pero la visibilidad definitiva es que nos vean a personas concretas en todas las áreas de la vida cotidiana.
Y aunque todavía es posible vivir situaciones de insulto o rechazo, sobre todo en entornos concretos, hay que ir educando a la gente sobre nuestro derecho a expresarnos tal como somos. Ganar espacio social.
A veces, viajando en el metro, o en algún lugar de encuentro juvenil, se pueden ver parejas que se tocan de una manera dulce, o se acarician levemente, como haría cualquier otra pareja hetero. Quizás los más jóvenes son los más atrevidos, al no tener que cargar con años de represión a sus espaldas. (No hace tantos años de la Ley de Peligrosidad Social).
Hay formas de afirmarse y ser visibles en situaciones que se dan ante instituciones, como cuando a uno le preguntan sobre por la pareja, y se dice que uno está soltero, o dan por hecho una pareja heterosexual, y sin gran riesgo se puede decir que es alguien del mismo sexo. Cada vez más gente reacciona con mayor naturalidad. Se les educa al hacernos visibles. Y a nuestra autoestima le viene estupendamente afirmarse ante otro más.
La homofobia social no va a desaparecer probablemente nunca del todo, pero sí que podemos disminuirla, forzando a que se nos tengan en cuenta y que formalmente no se atrevan a rechazarnos.
Tenemos que reflexionar que el ser invisibles, en muchas situaciones (quizás ante los padres, o en el trabajo, o en nuestro propio bloque), estamos viviendo una vida que incluye una tensión añadida, que los heteros no tienen. La tensión de ocultar determinados gestos, o realidades, por vergüenza o temor, con lo que implica de humillación, y falta de derechos. Es una herida a nuestra autoestima y a la sensación de ser personas como los demás. No somos culpables, ni somos inferiores por ser como somos, y el invisibilizarnos es una operación psicológica que asocia culpa e inferioridad. O al menos temor. Y ya está bien.
Hay que esforzarse por nosotros y por los que están en peores circunstancias personales o sociales. Y por todos los niños y adolescentes que tienen que afrontar su lesbianismo u homosexualidad, en absoluta soledad y sin referentes adecuados.

diciembre de 2004
(publicado en Zero 72)

Parejas abiertas, parejas cerradas

Los gays no tenemos un modelo único para organizar nuestras parejas. No estamos tan condicionados por los otros, ni tan presionados por la sociedad, ya que nuestras uniones se dan por fuera de sus instituciones. Lo que nos obliga a plantearnos cuestiones como la pareja abierta o cerrada, o si queremos vivir juntos o no. El hecho de que la pareja gay esté formada por dos hombres le confiere unas características peculiares, debidas al género de sus integrantes.
Los hombres separamos lo afectivo de lo sexual
La educación recibida por cualquier gay, así como los modelos aprendidos son masculinos, y esos modelos implican que la sexualidad se tienda a vivir separada de la afectividad.
Esto es lo contrario a como se educa a las mujeres. A ellas les cuesta mucho separar el sexo del afecto. Lo que da a sus uniones un estilo en el que predomina la exclusividad, la durabilidad, y la tendencia a la estabilidad afectiva y sexual.
En el hombre no se da esta tendencia a la exclusividad sexual, aunque haya un deseo a una estabilidad afectiva, pero le cuesta cuidar las relaciones por sus dificultades a la hora de vivir y expresar sus sentimientos.
El hombre puede sentir que permanece fiel emocionalmente, aunque tenga aventuras sexuales con otros. Un gay que forme pareja, puede haber tenido muchas relaciones sexuales previas en las que todo fue algo físico, sin implicación emocional. Habrá vivido esa conquista sexual como un logro narcisista, que le ha hecho sentirse atractivo, o deseado, y por tanto valioso.
La falta de autoestima es un mal común entre muchos gays debido a la no aceptación social de la homosexualidad, y al desarrollo de su propia educación, por lo que la conquista sexual puede venir bien como forma de autoafirmarse. Dejando el sentirse querido para otro momento, idealizado (el de encontrar al príncipe azul).
Muchos hombres no quieren emparejarse para no perder su libertad sexual. Y si lo intentasen, ponen tan alto el listón (por eso hablan de príncipe azul) que deviene una tarea imposible. Entre otros motivos porque prefieren no tener las complicaciones afectivas de una pareja, y por la sensación de vulnerabilidad que les da expresar lo afectivo con otra persona. El sexo les queda como la única manera de acercarse íntimamente a otra persona, sin que haya mayor implicación emocional.
El modelo de pareja es heterosexual
El modelo de pareja que tenemos es el heterosexual y se basa sobre todo en una primera fase de enamoramiento, para luego pasar a otra fase, donde se institucionaliza el amor, generalmente en forma de un matrimonio y si es posible teniendo hijos. Se monta un hogar en común. Se hacen promesas de fidelidad...
Los gays no nos vemos presionados a crear todo esto y si se hace es porque se tiene muy grabado el ideal heterosexual. En ese caso se crean parejas en que se tiende a replicar todo lo que la pareja heterosexual nos propone como modelo. Sin tener en cuenta la especificidades que da el ser dos hombres, gays, y que ninguno quiera alterar sus identidades masculinas. Identidad que implica un rol a desempeñar en la convivencia, una actitud respecto al cuidado de la casa y a las tareas que se compartan, y posibles dificultades con la pasividad y la ternura en la actividad sexual.
Los gays no hacemos uno de hombre y el otro de mujer: ¿qué hacemos entonces? Algo que inventamos e innovamos cada día en cada pareja.
Fases de la actividad sexual en la pareja gay
1. Dos hombres se enamoran, se viven como pareja, empiezan a mostrarse ante los amigos, o ante la familia. Incluso al cabo de cierto tiempo y si el lugar dónde viven lo permite, deciden vivir juntos. Hasta ese momento solo han tenido ojos el uno para el otro, viviendo un mundo completo con la sola presencia del amado. Bastaba la fusión, lo que impulsa a tener sexo con una frecuencia generalmente alta. (Una estadística norteamericana habla de que en el primer año , el 85% de las parejas tienen más de cuatro relaciones sexuales por semana). En esta fase los problemas sexuales se dejan a un lado, por lo poderoso del sentimiento de unión, que hace que se relativicen las posibles dificultades.
2. Pero cuando empiezan a apaciguarse las idealizaciones del principio, y la realidad y los conflictos de la convivencia o la rutina se imponen, es normal que empiece otra etapa, en la que hay que lidiar con problemas alrededor de lo afectivo y lo sexual. Hay que seguir conociéndose, aprendiendo a dar placer, para así construir una relación, sexual y amorosa, duradera.
Con el tiempo la frecuencia de actividad sexual puede disminuir, pero se gana en calidad. Los integrantes de la pareja aprenden a mostrarse vulnerables y por tanto más afectivos, lo que diferenciaría el “hacer el amor” de la pura actividad de “tener sexo”, un acto mucho más físico. Cuando se tiene sexo con un extraño es normal mostrarse más distante en lo emocional, más fuerte, a veces impasible, como una manera de protegerse, con lo que se pierde parte de la calidad afectiva del sexo.
La confianza mutua tarda cierto tiempo en crearse, por eso no es muy recomendable el tener aventuras sexuales con terceros, pues la relación no lo soportaría, quedaría muy herida en su confianza.
3. Luego viene una fase de reafirmación personal, en donde se retoman intereses personales pospuestos. Se busca realizar actividades que no se comparten, o se recuperan amigos y aficiones. En ese momento es cuando empieza a aumentar la posibilidad de aventuras sexuales fuera de la pareja. Estas aventuras no significan que haya deseo de romper la relación afectiva que se tiene con el otro, sino que se echa de menos la capacidad de ligar, de conocer otros cuerpos, de otros placeres que atraen, pero que no se viven como infidelidad, ni como traición. En ese caso el dilema moral es si ocultarlo a la pareja o hablarlo francamente, para darle un cauce que no perjudique la estabilidad lograda, y permita el crecimiento juntos.
Como tratar el tema de la exclusividad sexual
Probablemente sea un tema que no se hable hasta que no ocurra. No creo que haya muchas parejas que en sus comienzos se planteen lo que ocurriría si alguno de los dos percibe la necesidad de tener otras relaciones.
Podríamos hablar de una escala en la que las parejas pueden ir desde la exclusividad absoluta a la apertura total en la que ambos tienen relaciones secundarias. El lugar en esa escala se va obteniendo por ensayo y error, más que por la discusión previa del tema, viendo ambos dónde se encuentran cómodos.
Hay casos que lo tienen claro desde un primer momento, pues se conocen bien y saben que pueden ser fieles en el amor, pero no el sexo. Y si esa necesidad es compartida por los dos, no hay problema.
Cuando uno tiene un esquema interno que liga el sexo al afecto, y el otro no, la cosa se complica. Pues se puede pretender que el otro haga un voto de fidelidad sexual absoluta, que no va a ser capaz de cumplir y que llevará antes o después a una tensión insoportable y a la ruptura.
Ciertas reglas
Algunos deciden abrir su pareja practicando tríos. De alguna forma es una manera de no perder de vista al otro, y controlar mejor la situación. Hay parejas que han tenido amantes durante más de un año, con el que han practicado un trío, intentando que la relación principal quede protegida.
Otros se emparejan directamente con alguien casado que no piensa perder su situación familiar y saben que van a tener que compartirle con la mujer. (Hay casos incluso que viven en la misma casa).
Algunas reglas incluyen la posibilidad de que la relación extra sea en secreto.
O que los encuentros sean en casa, pero con la condición de no verles, de que sea cuando se va uno de viaje, por ejemplo. Otra regla puede ser que siempre que liguen ha de ser fuera, no traerlos a casa, y que la única condición es que la noche es de ambos, que nunca van a pasar la noche con otros.
Con las reglas se establecen compromisos afectivos, que crean estabilidad, y que suelen implicar que quede claro que el más importante en la vida del otro es la pareja actual. Y que si eso no fuera así, se aclare cuanto antes, pues en ese caso sería la ruptura.
Si uno se enamora
Otra situación diferente es cuando alguno se enamora de otra persona, pero tiene claro que eso será pasajero y que no le interesa poner en cuestión su pareja actual. Quizás esta forma de apertura sea la más difícil de llevar por el otro integrante de la pareja. Pues el sexo es perdonable, pero la infidelidad afectiva no, pues hace sentir mucha inseguridad y celos. Más si ese integrante de la pareja no es alguien muy seguro de sí mismo y no siente su pareja como algo totalmente consolidado. (Normalmente esta posibilidad exige muchos años de convivencia previa, en la que el amor que se tienen haya resistido muchas pruebas, y la seguridad y confianza en el otro sean altísimas).
¿Y con el sexo qué pasa?
Uno de los fenómenos que encontramos en parejas de mucho tiempo de convivencia es la desaparición del sexo. Son parejas que ya no lo practican juntos, y que sí lo hacen con otras personas. La relación ya no se basa en el sexo sino en lo intereses compartidos tanto afectivos, como de apoyo mutuo y económicos: un negocio juntos, la casa común, los hijos que se han podido adoptar o tener de anteriores matrimonios.
La pérdida de la exclusividad sexual, o de toda actividad sexual hace más importante el compartir tradiciones hogareñas (aunque sea leer juntos los periódicos en la cama los domingos por la mañana) que demuestran los lazos y el compromiso que existe.
Ventajas de la pareja cerrada
En general la pareja cerrada práctica sexo de una manera más completa en lo que se refiere a expresar la vulnerabilidad y el afecto. Dedican más energía en conocerse y en intentar satisfacerse en lo sexual, aunque se con un ritmo tranquilo. El riesgo en una pareja abierta es acabar teniendo sexo con cualquiera menos con la pareja.
El sexo suele ser un buen termómetro de cómo va la relación, y si el sexo va bien la pareja suele ir bien. Pero cuando la pareja es abierta esa referencia se pierde.
También en la pareja abierta puede ocurrir que haya que lidiar con el enamoramiento de una tercera persona con uno de los integrantes de la pareja, cosa que puede traer bastante tensión a la relación.
Ventajas de la pareja abierta
Mejor es reconocer que se desea vivir esas experiencias fuera de la pareja, que estar engañando. Por otro lado puede satisfacer determinadas particularidades o deseos sexuales no practicados con la pareja. Y si se separa bien el “puro sexo” de lo que es el compromiso afectivo-sexual de la pareja, puede permitir tener las cosas buenas de ambos lados: seguir con la posibilidad de disfrutar del ligue ocasional y sus gratificaciones narcisistas, y por otro lado disfrutar de la seguridad y el amor que aporta la pareja.
Un asunto de gusto personal
Las parejas abiertas o cerradas tienden en general a buscar lo mismo: seguridad, bienestar mutuo, placer, confianza, entendimiento.
Cuando la pareja quiere el máximo de libertad, se respetan, buscan la felicidad en común (que no la posesión) y el máximo de disfrute sexual, es fácil que se plantee su apertura sexual, aunque durante bastantes años fueran una pareja cerrada.
El problema surge cuando ambos quieren algo diferente. No se puede forzar al otro a que lo acepte sin más, sino que hay que intentar ver el problema, comprender los miedos y necesidades del otro, y llegar a un compromiso. Que va a necesitar muchas charlas, que surgirán de nuevo en diferentes momentos de la relación, según vaya pasando por nuevas vicisitudes.
Es importante aprender a hablar de nuestros verdaderos sentimientos, algo que nos hará más vulnerables, pero también más honestos y seguros en nuestras parejas.

Junio 2003
(publicado en Zero 53)

Conductas vacías

Ir al gimnasio, beber alcohol, ir al cine, comprar, ver páginas de internet, bailar en una discoteca, fumar porros, masturbarse, son conductas habituales. Hacerlas puede estar muy bien. Pero ocurre que, en ciertos momentos, esas actividades están destinadas a tapar algo de la propia vida.
Son conductas que llamo vacías, porque después de realizarlas, uno no encuentra satisfacción, ni siente que haya realizado actos que le llenen, que estén cargados de valor o sentido en sí mismos. Incluso no ha llegado a tomar conciencia de lo hecho.
Estas actividades pueden ser conductas repetitivas, conductas en las que no se ponga pensamiento creativo, o conductas que sirvan de descarga física. Y la sensación que se busca es más bien la “no-sensación”.
Lo que hace vacías a las conductas, no son las propias conductas sino la intención con que se hacen. El que se utilicen para no sentir o no pensar. Ver la televisión puede distraer, recrear, pero también puede servir como una forma de vaciarse, de hipnotizarse. Y en muchos casos, directamente como formas de evitar las sensaciones de angustia que nos habitan.
En este sentido ir a ligar a una sauna o a un parque, puede ser una actividad vacía, si sólo sirve de descarga, y deja más insatisfecho que antes de hacerlo. Pudiendo vivirse como algo desgajado del resto de la personalidad, como algo casi ajeno.
Se realizan conductas vacías para re-equilibrarse y se necesitan. Lo malo es que ocupen la mayoría del tiempo del sujeto, o que se conviertan en actividades compulsivas, generando auténticas adicciones ( a la comida, al sexo, a la musculación, a las drogas, a las compras, al trabajo).
Con estas conductas uno evita vivir sentimientos, o evita pensar en sí mismo. Se salta aspectos de sí mismo que generan angustia.
En los casos de adicciones o en los que el vacío inunde casi todo el tiempo de una persona, habría que intentar pararse, para ver de qué se huye, y por qué hay que evadirse. Si son conflictos con solución: afrontarlos. Y ver si es necesario pedir ayuda.
Afortunadamente, estas conductas no suelen ocupar toda la vida, pero no hay que dejar que nos invadan; se puede llegar, en algún caso (sobre todo si son adicciones) a que tengan una difícil solución. Se necesitaría una terapia específica, y mucho esfuerzo.
Vivir es una tarea difícil, sobre todo si uno no se siente capaz de tolerar los conflictos y angustias del día a día. Pero es necesario aprender a afrontarlos, y aprender a disfrutar con actividades plenas, que den sentido a la vida.

Octubre 2.002

(publicado en Zero 46)

martes, 13 de febrero de 2007

Escuchar

Escuchar no es sólo oir lo que el otro dice. Es algo más. Implica prestar atención adecuada e intentar entender lo que nos quieren transmitir. Fundamentalmente es una predisposición a respetar al otro, permitir que tenga libertad para expresarse, aunque dude, aunque lo que diga no nos guste. Que el otro perciba que lo que nos dice nos importa, pues nos paramos no sólo a oirlo, sino a “ vivirlo”, a hacerlo nuestro durante ese momento. Es preciso dejar a un lado nuestros prejuicios, nuestras propias ideas, las ganas de responder. Dejar que el otro nos llegue de verdad. No tener miedo a lo que el otro nos quiera transmitir. Ni a que el otro se nos muestre diferente a como nos gustaría que fuese.
La escucha es un estado mezcla de pasividad (para poder recibir con exclusividad lo que se nos comunica) y de actividad, (por lo que vamos asociando, por las preguntas que hacemos, por nuestros gestos de interés).
La respuesta, si es que se nos pide alguna, no tiene que ser algo muy elaborado, ni definitivo, sino algo que nutra la libertad del otro. No tiene sentido hacer un juicio de valor o creer que tenemos la solución e intentar imponérsela al otro. Muchas veces es suficiente que escuchemos con atención y que al hacerlo, permitamos que el otro pueda pensar mejor eso que nos dice y que incluso llegue a una conclusión por sí mismo.
Es sorprendente como cambiamos nuestras ideas, sentimientos, o incluso llegamos a adoptar decisiones, simplemente por que alguien nos ha escuchado con hondura, y ha permitido crear un ambiente cálido de apertura a nuestro propio ser. Lo cual hace maravillas. Crea un espacio virtual en donde podemos pensar mejor y sentirnos más seguros. Permite un desenvolvimiento de nuestra personalidad. Es creador de vida, de comunicación, y también de unión.
Como resultado de una buena escucha el que es escuchado aumenta su autoestima, al percibir que importa al otro. Se siente valorado, aceptado. Y al contrario, el que no es escuchado se siente rechazado, solo, impotente y a veces anulado.
El que escucha siempre gana algo: conocer mejor al otro, y si no se lanza a dar respuesta inmediata, puede también pensar sobre todo el tema, asociar cosas que le afectan y hasta encontrar nuevas salidas a sus propios asuntos.
Vivimos en un mundo en el que cada vez se escucha menos, aunque las interacciones con otros se multipliquen. Esto aumenta el sentimiento de soledad general. Es necesario aprender a escuchar y esforzarse en practicarlo.

Octubre 2001
(publicado en Zero 33)

Sin preservativos: ¡No. Gracias!

Una vida sin riesgos es imposible; y probablemente sería aburrida y estéril. Pero una cosa es asumir riesgos y otra jugar cada día a la ruleta rusa, por el hecho de querer tener relaciones sexuales. Y eso es lo que hacen los que realizan prácticas de riesgo, sin preservativos. (Al menos con las personas de las que desconocen si son seropositivas, es decir si están contagiadas del VIH).
Siempre, siempre, siempre hay que usar preservativos en prácticas de riesgo. El problema está en que muchos, llegado el momento, transigen y lo hacen, a pesar de no estar muy de acuerdo. Caso típico de los que se inician en el sexo, o de los que practican un sexo furtivo y ocasional. Muchos adolescentes dan prioridad a la búsqueda de intimidad o reconocimiento por sus iguales, frente a cualquier tipo de riesgo.
Es importantísimo aprender a decir que no, cuando realmente no queremos ponernos en riesgo de contraer esta enfermedad tan grave. Hay gente que se siente débil para tener fuerzas y decirlo. Algunos por que el sexo lo viven casi como una adicción y están dispuestos a lo que sea con tal de hacerlo. Otros por timidez e inseguridad, lo que les lleva a pensar que si desaprovechan las oportunidades igual no vienen otras. O por no desagradar al otro y vivir un rechazo. O por puro narcisismo y omnipotencia, creyendo que a ellos jamás les va a ocurrir eso; que sólo les pasa a los tontos, a los torpes, a los otros...
Los varones seguimos teniendo la obsesión por la penetración, como si el “verdadero” sexo, el “bueno”, fuera ese, y no hubiera nada más (caricias, besos, ternura, masturbaciones mutuas...) Está el mito de que “eso otro” es insatisfactorio. Y seguimos creyendo que se demuestra lo que se vale, a través de las conquistas, con lo cual difícilmente se puede desaprovechar ninguna.
Si a todos estos inconvenientes le añadimos unas copitas o cualquier otra droga que nos disminuya el estado de alerta o la voluntad, tenemos la suerte echada. Y en el tema del SIDA, no es cuestión de suerte, sino de elección. Si elegimos un tipo de sexualidad dirigido al placer, a la libertad y a la vida, tenemos que prepararnos para conseguir no pasar ni una posibilidad de claudicar y ceder (y acabar haciéndolo sin preservativos). Si es necesario tenemos que ensayar lo que se le diría a una potencial pareja, incluso dramatizándolo con algún amigo que se preste. Y tener siempre los preservativos a mano, en cualquier situación. Y muchos, para que no puedan acabarse.
Placer y salud.

Abril 2002
(publicado en Zero 40)

Dinámica del maltrato

El maltrato se puede dar en cualquier tipo de pareja, ya que tiene su base en la situación de dependencia, sea afectiva , económica o de otro orden.
En el momento en que uno de los dos integrantes de la relación tiene mucha necesidad del otro, puede estar dispuesto a aguantarle comportamientos, que, en una escala creciente, pueden ir desde las molestias, quejas, presiones, invasiones, faltas de respeto, pasando por insultos, descalificaciones, usurpaciones de funciones, hasta la agresión física , las vejaciones y humillaciones más increíbles.
Si hay mucho apego, y dependencia, uno puede estar dispuesto a considerar estas agresiones, como componentes normales de la relación. El que arremete, puede hacer creer que sus agresiones son necesarias porque el otro se lo merece. Le hace una especie de lavado de cerebro, por el que la víctima incluso justifica sus agresiones. O al menos duda de que sean reales, y las conoce y desconoce a un mismo tiempo.
El que victimiza, suele obligar a que el otro calle ante los demás lo que pasa en el interior de la pareja. Le amenaza con abandonarle, o con nuevas agresiones. Y si no lo hace abiertamente, la víctima sabe a que atenerse si no respeta las leyes que le impone el victimario. (Alejamiento afectivo, rechazos a tener sexualidad, expulsiones de casa, insultos, desprecios, humillaciones). Hay una vivencia de que la víctima es una posesión personal, no es más que una parte de sí mismo, sobre la que se puede ejercer un control absoluto y a quién no se le puede permitir ninguna vida propia y autónoma. Y que si se empeña en independizarse está atentando contra la integridad psíquica del agresor, lo que le justifica en su escalada de violencias.
La dinámica del maltrato es una situación perversa en la que entran los dos participantes cada uno con su personalidad, sus carencias, sus necesidades, su historia. Generalmente el maltratador ha vivido situaciones de violencia y maltrato en su propia casa, no siendo extraño encontrar en su pasado un padre alcohólico, o que ejercía violencia doméstica. El sometido tiene una vivencia desvalorizada de sí mismo, una sensación de que carece de ciertos derechos, y una actitud pasiva y depresiva ante su situación vital.
Salirse no es fácil, por todos los condicionantes antes explicados. Lo importante es darse cuenta del alcance del problema y procurar buscar soluciones que vayan a las raices, y que no sean meros apaños que simplemente postponen la solución.

noviembre 2003
(publicado en Zero 58)

Seropositivo: cómo y cuándo decirlo

La decisión de decir que se tiene el virus del VIH, está muy cargada de elementos emocionales, y de la asunción de cierta identidad negativa ante el otro. Por eso es necesario tomarse un tiempo para reflexionar cuándo, cómo y a quién decírselo. Para evitar males mayores.
Está claro que en una relación sexual anónima, no se va a estar pregonando que se es portador, sino que lo que hay que hacer es sexo seguro, tanto para no infectar, como para no reinfectarse. Pero cuando la relación pasa a ser estable, ya se plantea el dilema de decir o no decir, por las posibles repercusiones que pueda tener en la relación.
No creo que haya que decirlo de inmediato, pero en cuanto que se vaya viendo que la relación va estableciendo compromisos, y que se nota que hay un verdadero amor, y deseos de durabilidad, entonces sí que hay que buscar el mejor momento y circunstancias. Que básicamente coinciden con las que hay que tener en cuenta al decirlo a los amigos verdaderos o la familia. Hagamos una lista de puntos:
1. Hay que disponer de tiempo suficiente para hablar y permitir que el otro reaccione emocionalmente.
2. El lugar debe ser íntimo, como para permitir esa emociones, y sin interrupciones. (Es normal que se pueda llorar, por ambas partes). Se debe evitar hacerlo por teléfono, por la falta de control de la situación.
3. Hay que preguntarse, para qué, o por qué lo cuento y cómo puede reaccionar el otro. La previsión de su reacción es fundamental. Ver lo que puede hacer esa persona con la información y como lo va a vivir emocionalmente.
4. El dejar pasar mucho tiempo podrá ser vivido por el otro como una falta de confianza o incluso de cierta traición.
5. Lo que más puede alejar al otro son las angustias sobre la muerte propia o de la persona querida. Por eso algunas personas que nos quieren pueden alejarse, por motivos inconscientes, y se sentirán culpables, lo que las alejará aún más pues no saben porqué les ocurre esto.
6. También aleja el pensar que el otro será una carga, por su nueva situación: ingresos hospitalarios, visitas a médicos, necesidad de cuidados, baja laboral...
7. Tener preparadas respuestas a las dudas sobre el VIH, sobre el tema de los tratamientos, de la posibilidad de tener síntomas y cuales, y sobre todo de la posibilidad o no de muerte, y de los cambios en el estilo de vida.
8. Lamentablemente todavía la ignorancia hace que se tema el contagio de forma irracional y el otro se aleje por miedo. Por eso es tan importante que se informe al máximo de las posibilidades de contagio, incluso se faciliten teléfonos de información o folletos o direcciones de webs.
9. En el caso de una pareja cerrada, en donde ocurra una seroconversion, es decir que el que era seronegativo, pase a dar positivo, puede ser causa de una grave crisis, pues implicaría que hubo infidelidad. Hay que ir a por todas y afrontar la crisis, porque no se le va a mentir, con el riesgo de contagio, y además en ese momento es cuando se necesita más el apoyo de la pareja. Habrá que dar tiempo para que se acepte esa doble afrenta: la infidelidad y el VIH. Incluso se podría buscar ayuda profesional de un psicoterapeuta.
10. El otro no tiene por qué saber actuar adecuadamente, Por eso debemos ayudarle a tener la reacción más adecuada. Y si no podemos solos, hay que buscarse alguien que nos ayude en el momento, por su experiencia o por su capacidad, o que nos dé el apoyo emocional preciso.


octubre de 2003
(publicado en Zero 57)

sábado, 10 de febrero de 2007

Amistad

Cuando hablamos de amistad nombramos, con la misma palabra, a muchos tipos de relación, que poco, o nada, tienen que ver unos con otros. Puedo decir que el quiosquero de la esquina es mi amigo porque me guarda las revistas, o que los compañeros con los que desayuno son amigos, y que el grupo de gente con el que me suelo reunir para salir son “mis amigos”. Está claro que con todas estas personas existe simpatía, cierto entendimiento, o que se puede contar con ellas para alguna necesidad concreta. La verdadera amistad no es eso
Es un tipo de amor. Amor diferente al de pareja o al de los padres o hermanos. Tan necesario para la construcción de la personalidad que difícilmente podríamos madurar y crecer como personas sin ello.
En la amistad uno dona algo de su ser, de su persona, en encuentros sucesivos, sin esperar a cambio más que ser correspondido. Compartimos los pasos que vamos dando en la vida, los temores que vivimos, las inquietudes, los logros y fracasos, los placeres. Nos gusta conocer al otro en su individualidad y en su particularidad, para aprender sobre la vida. Encontramos puntos con los que identificarnos.
La amistad está basada en disfrutar de la existencia de la otra persona tal como es y por quién es. Es la relación que implica más libertad. Por eso no puede estar basada en el interés o en la necesidad.
Tampoco permite la posesión, el dominio o la agresión.( Cosa que sí se da en la pareja). En toda relación amorosa hay mucha ambivalencia: amamos pero también mostramos odio en diferentes grados. La convivencia favorece esa expresión de la mezcla de amor-odio. En la amistad , como se vive en encuentros espaciados en el tiempo, se evita esa parte de odio.
El amigo es único, irrepetible, y nos satisface con su diferencia. Podemos tolerarle todos sus fallos excepto la deslealtad, el engaño, y la injusticia. Basamos la amistad en la confidencia, en abrirnos plenamente, con claridad y verdad. Es necesario confiar en el otro, y esa confianza tendrá que pasar por pruebas (que la vida trae sin necesidad de provocarlas).
Está claro que no podemos confiar en cualquiera, y que hay personas que, sin maldad, divulgan lo que se les cuenta, o trivializan la amistad que se les ofrece. Son personas que no pueden afrontar lo que queremos compartir con ellas, por sus propias dificultades personales, por sus miedos. Con su comportamiento destructor de la confianza, acaban confirmando lo que temen: que la amistad no es posible. Dejarán de ser nuestros amigos.

Agosto 2001
(publicado en Zero 32)

Porno y pareja

El porno es un estímulo erótico que normalmente se vive en privado, y que le pone a uno en contacto con sus fantasías más íntimas. El consumirlo en pareja puede ser una manera de conocerse mutuamente, al ver qué es lo que provoca en el otro y puede crear una mayor sensación de confianza. Pero para algunos puede ser incluso una situación que cree inseguridad o celos, dependiendo de su carácter.
De hecho hay parejas que no lo toleran bien. Lo viven como una infidelidad o como que el otro desea algo más de lo que le puede dar, o que se empieza a cansar de uno.
La pareja no puede dar todo en el terreno sexual. Es normal que uno pueda querer mucho a su pareja, y que le excite sexualmente, pero que tenga deseos o fantasías que no realiza con su compañero y que con el porno tengan un cauce adecuado. Por ejemplo ciertas fantasías fetichistas o sadomaso.
Contemplar juntos imágenes porno puede ser una manera de aprender nuevas posturas o prácticas, y es una fuente de estímulos poderosa para la posterior relación sexual.
Lo que no se puede esperar del porno es un modelo de relaciones de pareja, pues se basa en descarnar la relación de casi todo lo humano y tierno, para convertirlo en algo poderosamente estimulante. Muestran sexo, no hablan de amor.
Las imágenes no son, generalmente, muy reales, pues en las películas el montador se encarga de eliminar tomas, de resaltar lo que más estimula, de alargar el tiempo, de aumentar tamaños mediante las perspectivas... Los intérpretes no se cansan, tienen erecciones magníficas, siempre están dispuestos y se corren como si llevaran semanas sin hacerlo. Y el placer se simula todo lo necesario.
La ideología que trasmite el porno es falocéntrica, como si lo único que fuera importante es el pene, correrse y el penetrar. Las relaciones amorosas no siempre tiene que incluir esto. Y se dan muchos aspectos de dominación y casi nada de ternura. Que como fantasía sexual está muy bien, pero no como la manera necesaria de relacionarse, ni como modelos de conducta a seguir. (Por ejemplo el que no usen preservativos).
No olvidando que son fantasías puestas en práctica para nuestro placer visual, pueden ser una fuente de enriquecimiento de la vida erótica de la pareja y un estímulo para una mayor creatividad y libertad sexual.¡Así que a disfrutar!

julio 2004
(publicado en Zero 66)

Vida propia

Algunas parejas tiene como ideal la fusión de sus integrantes en una sola entidad, de tal manera que se comunique todo, que esté todo en común, que no haya ningún secreto. El objetivo es la disolución de uno en el otro, como pudo ser en un primer momento de enamoramiento, en el que ambos vivían al margen de lo que les rodeaba, y se daban satisfacción mutua, sin necesidad de nadie más.
Pero este ideal se vuelve en contra de la pareja, pues favorece el apartamiento de los amigos y la creación de una cárcel dorada. Cárcel que favorece la irritabilidad, la frustración, el aburrimiento y la melancolía. ¿Cómo puedo ofrecer esto a la persona que más quiero?: probablemente por mis inseguridades, por el miedo a perderle, por celos. Sin querer voy a estar socavando la propia estructura de la pareja.
Necesitamos cultivar espacios propios.
Trabajar juntos no es lo más aconsejable para una pareja, pues le lleva a convivir 24 horas al día. Y lleva a una confusión de planos : afectivo, laboral, sexual...
Tampoco es bueno encerrarse y perder a los amigos propios. Tenemos necesidad de conservar relaciones con amigos íntimos, que no sean necesariamente compartidos con el otro integrante de la pareja.
Y tampoco es necesario comunicar toda la vida de uno: pasada, presente y futura. Por un lado porque, por ejemplo, aunque nuestro compañero pueda tener curiosidad sobre nuestros anteriores parejas o contactos sexuales, se le puede crear un malestar innecesario si se entra en detalles que corresponden exclusivamente a nuestra intimidad. La curiosidad puede ser fruto de un deseo de controlar al otro. Como si conociendo su pasado y su presente tuviéramos certeza de poseerle y así no poder perderle. Pero no hay que poseer al otro, hay que amarle. Con todo lo que eso implica de respeto, de tolerancia, de confianza.
La mayoría de las veces las aficiones, los gustos no pueden ser compartidos al cien por cien. ¿Hay que sacrificar lo que no se comparte, para hacer sólo lo que si se comparte?
La pareja debe tener como ideal enriquecer las vidas de sus integrantes, pero no limitarlas y empobrecerlas hasta el hartazgo.
La persona necesita de momentos de soledad creativa, que son necesarios para el mejor conocimiento de uno mismo, que facilitan la posibilidad de integrarse, de reflexionar sobre el sentido de la vida. Y esos momentos que uno necesita para pasear, estar contemplando la naturaleza, o no haciendo nada, pueden, y a veces deben, hacerse en soledad. Una pareja que impidiera a su compañero el hacerlo, por su excesiva dependencia, o por sus temores, llevaría al otro a una situación de verdadero agotamiento. A veces la solución que encuentran algunos es la de provocar una pelea que le permita aislarse. ¿No sería mejor hablarlo y expresar la necesidad de soledad, de vivir experiencias por cuenta propia? Y el que viva mal ese deseo de independencia o autonomía de su pareja, ¿no tendría que ver si el que debe cambiar algo es él?
Tener una vida propia lleva a recrear la relación, a darle respiros, a favorecer el deseo de reencontrarse. Revitaliza esa unión.

Enero 2003
(publicado en Zero 49)

¡Ahora o nunca!

¡Cuántas veces se dejan pasar oportunidades de conocer mejor a alguien y luego se arrepiente uno! Sobre todo con alguien con el que se dan vibraciones especiales. Gente que se conoce en una reunión o que coincide con nosotros temporalmente en alguna actividad y con quien podemos intercambiar algunas palabras, o pasar todo un día y que nos hace sentir que no es como los demás, y que quizás podríamos establecer una relación de amistad o algo más. Pero ¡ay! no hacemos nada y luego su recuerdo nos está martilleando durante días y creándonos sentimientos de frustración, por no haber actuado. Sobre todo si es difícil de volver a localizarle, o ya no se tiene un pretexto para verle.
Es verdad que recibimos mucha información inconsciente de las otras personas, en forma de gestos, miradas, comportamientos... Siendo curiosas la cantidad de similitudes que se pueden encontrar con un desconocido que nos atrae. (Y no me refiero por un físico atractivo) Similitudes en lo que atañe a historias familiares vividas, o necesidades profundas. Este fenómeno es universal, y hace que las personas simpaticen por sus necesidades o complementariedades psicológicas inconscientes.
La cosa es que cuanto más nos gusta alguien, o nos llama la atención, más inseguridad puede producir, y uno se inhibe, o se paraliza. Se nos congelan las palabras en la boca, cuando estaríamos deseando decirle montones de cosas: aunque sólo fuese nuestro deseo de conocerle mejor, y volver a quedar.
No actuamos y es mejor hacerlo y despejar dudas futuras ¿Por qué no atreverse? ¿qué puede pasar? ¿qué nos rechace? ¿que nos evite? Podría ser, pero si hemos interpretado bien los signos mutuos de simpatía, sería lo más improbable.
Igual lo que da miedo es que sentimos que esa persona pueda ser especial y eso nos paraliza, pues empezamos a imaginar un futuro con ella, y sentimos que arriesgamos a perder a alguien que ya nos parece importante. Sentimos miedo por anticipado. Nos precipitamos, pensado en lo que no va a funcionar o en que no le vamos a gustar, cuando ni le hemos empezado a conocer. Cuando lo que está pasando sólo ocurre en nuestra cabeza.
Debemos entablar el diálogo, pensando que si hubo miradas o simpatía el peso del encuentro no es solo nuestro. El otro está ahí, y parece que tiene interés. Ya hará lo que le corresponda. Abrimos un mundo de posibilidades, que no tienen por qué ser negativas, y si lo fueran es cuestión de poner el límite donde nos convenga. Siempre podemos decir NO. ¿Por qué reprimirse?

Febrero 2003
(publicado en Zero 45)

jueves, 8 de febrero de 2007

Caricias

Acariciar es una de las actividades más humanizantes que existen, y nunca es mal momento para intentar hacerlo, si estamos con la persona adecuada y es libremente aceptado.
Desde pequeños cumple una función integradora de la personalidad y favorece la sensación de existencia. Curiosamente nos apetece acariciar a los bebés, que lo necesitan como una alimento psicológico.
De mayores, la capacidad de acariciar y ser acariciados, depende de varios factores. Uno primordial es el modo en que fuimos acariciados y cómo vivimos el contacto físico y emocional con nuestros padres y cuidadores. Hay personas que sufren de una incapacidad de contacto, y evitan que se les acerquen mucho, que se les bese y se les toque. Y procuran tocar poco. Evitan algo que les crea un conflicto o al menos una incomodidad de causa inconsciente. Simplemente saben que tienen ese carácter poco aproximativo y con tendencia al aislamiento físico y psíquico.
Pero como decía antes la caricia nos es necesaria y no solo como el prolegómeno de una relación sexual. La caricia mutuamente consentida y correspondida, crea un vínculo especial. Es un diálogo sin palabras en donde uno y el otro se establecen como dos personas conscientes de la presencia del otro. Rompe con la forma habitual de relación que tenemos que vivir en el trabajo, y en las relaciones formales, para hacernos sentir que el otro nos siente, lentamente.
La caricia invita al silencio comunicativo. Estamos más presente que cuando hablamos. Comunicamos nuestra buena disposición hacia el otro, nuestro cariño, nuestra ternura, el deseo de intimidad en el que se respeta al otro. La caricia permite que uno se sienta un sujeto concreto, corporal, con una identidad para el otro. Da seguridad e invita a la contemplación del otro, a percibirle, a pensarle como ser completo. Y aunque se pueda vivir pasivamente invita a la acción recíproca y a la vivencia del amor.
La caricia despierta el cuerpo, las sensaciones, nos lleva a “encarnarnos” en nosotros mismos tras pasar horas o días en los que somos personajes sociales, pero que apenas nos sentimos corporalmente a nosotros mismos. Vamos por la vida realizando funciones, mostrando fachadas, siendo personajes de un teatro social, y es eso lo que se viene abajo durante el momento de las caricias.
La caricia y el abrazo nos hace sentirnos contenidos, apoyados, vividos por el otro, y que podemos al hacerlo dar apoyo, contención o vida. Es fuente de gozo, de alegría serena y de felicidad. Calma las angustias y los sentimientos agresivos. Distiende.
La pena es que los hombres en general lo hemos tenido vedado en nuestra educación a partir de cierta edad, y cuesta reaprenderlo y liberar esta fuente de placer y comunicación; de existencia plena con el otro.
No tienen que circunscribirse a los momentos sexuales, pues su función no es solo erótica. Aunque primordialmente lo hacemos con la persona amada y entonces es fácil que invite a continuarse con una actividad erótica. Pero ojalá pudiéramos ser más tiernos con los demás, y mostrarles nuestro afecto y nuestro interés con alguna caricia, con cierto contacto físico: cogerse del brazo al pasear, recostarse en el otro, cogerse las manos al hablar, abrazarse...
Para los ancianos, que ya han vencido ese pudor de ser tocados y muy al contrario, lo agradecen, tocar es una de las formas privilegiadas para estar con ellos; en ocasiones por su propio deterioro mental pueden tener poco que contarnos, pero estar ahí vivos y conscientes de nuestra presencia física cariñosa. Y nosotros podemos recibir mucho de esa experiencia corporal.
Tenemos que aprender y fomentar un tipo de caricia en la que miro al otro, le tengo en cuenta en todo su ser, y le invito a sentirse un “sujeto” conmigo, y no un “objeto” de mi deseo o un objeto para mi uso. Una caricia que humanice y haga presente al otro y no que le borre como ser en sí mismo.

Diciembre de 2003
(publicado en Zero 60)

Mirar a otros

Hay parejas que no soportan que su compañero mire a nadie y están continuamente reprochando o controlando si lo hacen. Esa postura es absolutamente insana y demuestra unos celos que conviene solucionar.
El que uno ame a otro no implica que pierda el deseo por otras personas y que pierda la atracción sexual. Es completamente normal seguir fijándose en gente que nos atrae y sentir deseo o al menos curiosidad. Pero debe estar claro que del pensamiento a la acción hay un trecho fundamental, y que la pareja no corre peligro por tener pensamientos o sentimientos. Sí puede correr peligro por las acciones, y aún así, depende de con qué sentimientos se tengan relaciones con otros.
Las parejas abiertas entienden que se puede tener sexo con otros, siguiendo unas reglas compartidas: por ejemplo, que no haya enamoramiento, o que no sea siempre con el mismo, o que se comparta en forma de trío, o que se cuenten los detalles. En estos casos hay un sentimiento de seguridad en el otro, o al menos no hay una posesión en exclusiva del cuerpo del otro.
El que no deja que su pareja no mire a nadie, pretende poseer también su mente y sus sentimientos y deseos. Lo cual es un exceso en las pretensiones amorosas.
Lo importante en la pareja es amarse, con respeto, con el máximo de libertad para el otro. La posesión y sobre todo los celos obedecen a un problema de inseguridad en uno mismo, de desconfianza de poder ser amado por el otro, y se pretende solucionar controlando y poseyendo el alma del otro. No hay que confundirse: los celos no son amor. Y si se convierten en algo obsesivo , o pero aún, delirantes, realmente son una patología para la que hay que buscar un tratamiento psicológico. Y no hay que dejarlos pasar, pues pueden hacer la relación invivible.

Enero de 2005
(publicado en Zero 75)

Gays tardíos

El proceso de toma de conciencia sobre la propia identidad gay es algo personal e intransferible. Por supuesto que con grados muy diferentes para cada uno en función de sus circunstancias personales. Para uno será algo así como “siempre supe que era gay y me parece bien”, pero otros tardan bastante en darse cuenta de que lo son, o si lo intuyen, tardan en aceptarlo. No conciben que eso tenga que ver con ellos y tienen como un velo que les tapa sus deseos profundos. Van dándole vueltas al asunto en forma de preocupaciones, de dudas, hasta que un día acaban abriendo los ojos, y consiguen decirse a sí mismos que son homosexuales. Normalmente con mucha angustia, soledad y sufrimiento. Aunque luego venga un sentimiento de liberación.
Puede ser con veintitantos, con treinta, a veces más años. Igual ya están casados y con hijos. Quizás lo vivieron como algo ajeno a la propia identidad y tuvieron encuentros ocasionales. O lucharon con un deseo que no querían tener.
Y es que nunca es fácil decidirse a ser gay. Estamos tan condicionados por las expectativas familiares y sociales, a que seamos heterosexuales, que necesariamente se tiene que dar algún tipo de conflicto interno (y externo) acerca de esa toma de decisión de que definitivamente soy gay. Pues se parte de una creencia social incuestionable: toda persona es hetero mientras no se demuestre lo contrario.
Cuando uno se decide a asumirse como gay cambia el horizonte personal, las fantasías sobre el futuro: ¿Ya no me voy a casar y tener hijos? ¿Qué van a pensar y cómo van a reaccionar mis padres cuando se enteren? ¿Y los amigos o hijos?¿Y las demás personas que quiero? ¿Van a pensar que les he engañado todo este tiempo? ¿Es definitivo? ¿Estaré equivocado o incluso es esto algo malo o una enfermedad?
Entre los pensamientos de duda es normal que aparezca todo un repertorio de argumentos y razonamientos homófobos, puesto que se parte de una negación radical del tema: pensar que puede ser pasajero, que es una enfermedad, que es una desgracia para uno y para la familia, que se es alguien malo o vicioso, o que uno va a quedar condenado a la soledad y al rechazo para siempre.
La familia en estos casos no suele ser favorable al tema y es difícil que haga nada positivo, aunque no es lo mismo el que nace en una familia en que los padres son muy favorables a la posibilidad de un hijo gay, a el que nace en el seno de una familia muy conservadora y religiosa que vería con horror que su hijo pudiera venirles con ese “problema”. Y que intentarían por todos los medios cambiarle o impedirle el desarrollo de su deseo.
Cuanto más tarde se da el paso, más costoso suele ser, debido a toda la imagen social que se deberá cambiar, y más fuerte y consolidada será la represión interna que se debe vencer.
Quizás se tengan relaciones muy desprovistas de afecto y esporádicas, como para no comprometerse con nadie y así no comprometerse con uno mismo en la propia homosexualidad. 0 se enamore de la primera persona que aparezca en el horizonte, un “ángel salvador” que va a liberarle de años de encierro. Es fácil que esa pareja no sea definitiva: Con el tiempo se irá dando cuenta de lo que puede vivir y de lo que le da y lo que no esa pareja. Al coger seguridad en sí mismo quizás quiera probar otras relaciones, por novedad o por placer, y esto le lleve a querer abandonar esta pareja, en la que se metió precipitadamente.


agosto de 2005
(publicado en Zero 79)

martes, 6 de febrero de 2007

Relaciones a distancia

No es raro enamorarse de alguien que vive lejos o incluso que sea extranjero, estando de paso en otra ciudad o navegando por la red.
En estos casos comienza una relación que va a tener unas desarrollo peculiar y sus propias características. Lanzarse a una aventura así puede ser muy excitante, pero conviene tener en cuenta sus dificultades, para prevenir problemas innecesarios, o no comenzar lo que podría generar mucho sufrimiento.

El enamoramiento no es garantía de que una pareja vaya a continuar, ni de que sea adecuada o compatible. Uno se deja llevar por esa corriente que arrastra, sin poder o sin querer abandonarla. Creemos haber descubierto a la persona de nuestra vida. La idealizamos y nos obsesionamos con ella, recordándola a todas horas. Y como falta la convivencia, o el encuentro frecuente, dejamos a un lado, con facilidad, los aspectos negativos e interpretamos, todo, más favorablemente.
La distancia favorece la idealización y el recordar sólo lo bueno: los momentos felices, la entrega apasionada, la intensidad del encuentro...sin valorar que son momentos especiales. Al tener el tiempo limitado uno lo aprovecha para dar lo mejor de sí mismo a dosis concentradas. Y en las llamadas, correos, cartas o el chat se favorece el comunicar lo favorable, dejando a un lado temores, malestares, o situaciones que sean difíciles de contar.
La ausencia de convivencia habitual puede ocultar las dificultades para vivir con otro que no aparecerán hasta que se desarrolle esa convivencia. ( El amor no es suficiente para saber convivir. Para algunos es muy difícil ceder, compartir). Y en otros casos la convivencia puede hacer patente el compromiso que se adquiere en una pareja, y agobiar en exceso. O el compromiso de vivir una vida claramente homosexual, que a causa de la homofobia internalizada, puede crear mucha angustia y ganas de salir huyendo. Por eso la prueba de la convivencia es tan importante antes de considerar a esa persona como un novio.
Habrá que cuidar mucho la comunicación entre cada encuentro. Para la pareja que se separó, por ejemplo, por motivos laborales y que tuvieron un tiempo de convivencia, puede ser diferente, pues las necesidades de conocerse y de compartir han podido disminuir. La relación se podrá mantener con encuentros de calidad en los que se dé buena comunicación de lo esencial. Pero en la pareja que se está creando en la distancia es difícil estar al día de esas cosas cotidianas que apetece compartir, las anécdotas, los nuevos amigos, experiencias. El riesgo es caer en una rutina sin color ni pasión en lo que se transmite. Compartir la vida a distancia exige un esfuerzo y hasta una buena técnica (sea por carta, grabaciones, correos, teléfono). Si no, puede ocurrir que cada uno siga creciendo y cambiando y en vez de conocerse más se vayan desconociendo más.
Y no digamos en la cuestión sexual, pues antes o después se planteara el tema de la fidelidad y si la pareja es abierta o no. Aquí el diálogo y la sinceridad son imprescindibles, y el ser realistas con las necesidades de cada uno, y con la forma de ser. Este tema puede ser el detonante de una ruptura, si se deja a un margen y se pretende ignorar hasta que ya es tarde. Es mejor hacerse concesiones y no confundir el sexo fuera de la pareja, con la falta de amor.
En caso de decidir vivir juntos y mudarse hay que valorar con cuidado la futura renuncia al ambiente familiar y al entorno habitual.
No todo el mundo vive bien esa separación de la familia, de los amigos, de las costumbres, del idioma, de las comidas y el clima. El espíritu aventurero y de sacrificio puede durar solo un tiempo breve, que coincida con los inicios, en donde con el amor basta, y luego empezar la añoranza por lo anterior.
Esto se puede complicar si el que permaneció en su lugar no comprende las necesidades del otro, no valora su sacrificio, ni le compensa por esa renuncia. A veces encontramos casos en los que se ponen pegas a que el otro vuelva periódicamente a su lugar de origen, o se muestran celos de los amigos anteriores y no se les quieren invitar, o no se viaja nunca con él a su casa. O se le desprecian sus costumbres y tradiciones.
Este aspecto social no debe descuidarse, pues no solo necesitamos el cariño de una pareja ( aunque al principio así parezca), sino que necesitamos una red afectiva y un entorno social con sus tradiciones, con su propia lengua (caso de habitantes de otras comunidades o países). La adaptación lingüística puede costar mucho.
Las diferencias culturales pueden ser atractivas en un primer momento, pero exigen un esfuerzo de adaptación que debe ser mutuo y lo más justo posible. Intentar conocer ese mundo del otro, compartirlo es importante. La renuncia unilateral puede pasar factura en un futuro si supone un sacrificio enorme sin contraprestación amorosa.
Precipitar la convivencia puede causar grandes problemas y es algo a meditar. Mucha gente decide a la ligera llevado por su enamoramiento o por sus necesidades afectivas, o por problemas económicos, sin tener en cuenta los demás factores que andan en juego. Ni los ambientales (el cambio de ciudad, de estilo de vida...) ni los propios de la convivencia. Y que igual no ha dado tiempo a conocer de verdad como es el otro.
Quizás se escogió una relación a distancia porque se quiere seguir conservando un estilo de vida independiente en la propia ciudad, y no se quiere convivir, en general, con nadie.
Si además se abandona un trabajo y no se encuentra otro el paro puede ser un corrosivo tremendo para cualquier pareja, y más de hombres. La dependencia económica es peor aceptada por los varones.
Algunos consejos sobre mudarse a vivir juntos
1. Darse tiempo para reflexionar sobre todos los pros y contras de la futura situación, haciendo un esfuerzo por no minimizar los aspectos negativos o problemáticos que hemos visto.
2. Uno no se realiza como persona solo por tener pareja. Son muy importantes otros aspectos del proyecto personal, valorando tanto los que se dejan como los que se toman en el nuevo lugar: un buen trabajo, un buen entorno, posibilidades de ocio, deporte, cultura, amigos, estudios.
3. Tener en cuenta que se pasará por un periodo de adaptación que incluye un duelo por lo que se pierde. Por lo que se podrá estar un poco triste o desanimado, algo normal que tarde en pasarse algunos meses o incluso más de un año. El que se queda en su ciudad debe ser comprensivo con ese cambio de humor y no tomarlo como algo personal. No dar por sentado que tenemos que adaptarnos maravillosamente, por que haya amor. Nadie es excepción a los fenómenos que se producen en las pérdidas y separaciones. No pretender ser un héroe y que las cosas no nos afecten. O que lo nuevo nos tiene que gustar necesariamente.
4. No ponerse celoso de que el que se muda prefiera lo suyo anterior y pretenda seguir cultivando sus amistades y familia, frente a lo que se le ofrece en la nueva ciudad. Ojalá no deje de hacerlo por la propia salud de la pareja.


Septiembre 2004
(publicado en Zero 68)

lunes, 5 de febrero de 2007

Fetichismos

La variedad de prácticas sexuales no sólo tiene que ver con lo que podemos hacer con los genitales, o con posturas que podamos adoptar, o con el número de personas que participen en la relación; podemos erotizar funciones corporales no relacionadas con la sexualidad (orinar, mirar, oler) o partes del cuerpo alejadas de los genitales (pies, cabellos...) o incluso objetos aparentemente ajenos al sexo (ropas, zapatos, dildos). Cuando nuestro deseo se centra en una parte del cuerpo o en una función u objeto, a eso le llamamos fetichismo.
Las prácticas fetichistas implican normalmente que se llegue a una situación placentera, con o sin orgasmo, mediante ciertos rituales o pautas prefijadas. Cada persona tiene un guión de lo que le gusta y en que orden y con que detalles específicos. Me explico: al que le gustan las zapatillas de deporte, quizás le guste que su pareja las lleve puestas en el acto sexual, o quizás chupárselas, o mirarlas, u olerlas después de usadas.
Puede ser que explore variantes o intente probar otras prácticas fetichistas, pero es la suya la que le da verdadero placer. Esto se debe a que la constitución del fetiche es personal y depende de la historia propia.
La práctica fetichista ha estado cargada de connotaciones muy negativas, calificándose de perversión de manera denigratoria y desvalorizadora. Pero es una práctica general, aunque la gente no la suela contar; tanto en la sexualidad gay como la hetero. Pudiendo ir desde un complemento a otras prácticas más comunes (coito, felaciones...), a que se viva como la única vía de obtención de placer, lo que puede llevar a una verdadera obsesión, y a un encasillamiento. En ese caso y si causara problemas personales o de relación, tendría el sujeto que intentar abrir su abanico de posibilidades de obtener placer y explorar otras vías dentro del rico campo de la sexualidad.
No creo que haya que intentar identificarse con prácticas concretas para encuadrarse en un grupo de pertenencia, o como una cuestión de “consumo” impuesta por el circuito gay (por ej. lo leather), sino que deben surgir como un descubrimiento personal, de lo que le “ponga” a uno; y que eso se integre en la vida sexual. Si probarte bañadores te pone a cien, o bañarte con ropa y sentirla mojada, o tocar pelo lacio, o los arneses, pues adelante, mientras se tenga una ética de respeto y cuidado, que lleve a poner límites a aquellas prácticas que puedan implicar dolor o riesgos físicos.
Marzo 2004
(publicado en Zero 62)

Enamorarse chateando

El chat es un medio muy poderoso para contactar con gente, escribiendo en directo ideas o sentimientos.
En este ambiente privado de la escritura, protegidos por el anonimato (sin la tensión que provoca tener que ir a algún sitio, arreglarse, beber, estar pendiente de la imagen que damos), se crea una situación que predispone a la intimidad con el otro. Permite expresar muchas cosas que, de otra manera, no se dirían con la misma libertad.
Se puede ser más espontáneo, más imaginativo, concentrados en la escritura. Se va creando el personaje que se quiere mostrar al otro, igual que el otro lo crea para nosotros. Sobre esa base vamos imaginando, estimulándose un fenómeno que es el de la idealización, por el que se suprime de la conciencia todo lo que no nos interese ver del otro. Quitamos de en medio lo que estorba. Y añadimos todo lo que nos conviene, para que la otra persona cumpla con nuestro ideal.
Que necesitamos un amigo que nos escuche de forma atenta, sensible, respetuosa, creeremos tenerlo delante. Que necesitamos a alguien de quien enamorarnos, empezaremos a encontrar o a exagerar cualidades y le quitaremos aspectos negativos.
Sabiendo que este fenómeno de idealización se produce siempre, debemos tenerlo en cuenta, para aprovechar el chat sin dejarnos llevar a situaciones de engaño. Es cierto que hay mucha gente que miente en el chat, sobre muchos temas. Lo malo es que nosotros nos mintamos a nosotros mismos idealizando tanto. Viendo lo que no hay.
De la idealización al enamoramiento sólo hay un paso, que se da si uno está necesitado de enamorarse.
No nos enamoramos por que hayamos encontrado a la persona perfecta, sino que “construimos a la persona perfecta” cuando tenemos que enamorarnos. Y estamos más predispuestos cuando necesitamos cambiar, por que no estemos a gusto. Cuanto más deprimido esté uno, o pasando un mal momento, más necesitado se estará de vivir dicho enamoramiento. Y con más cuidado habrá que chatear, para no caer en nuestra propia trampa idealizadora.
En el chat se saltan con facilidad ciertos límites de prudencia, de discreción, confiados en el anonimato, y con el tiempo surge una complicidad y una intimidad, que en la vida cotidiana hubieran tardado en darse mucho tiempo. Todas estas cosas hacen sentir que esa relación se está dando con una facilidad y con una naturalidad que no se encuentra normalmente. Que hemos encontrado a la persona especial. Y esa relación igual sólo funciona si sigue siendo virtual, sin que pueda pasar la prueba de la realidad. Por eso no hay que precipitarse, y frenar en lo posible la fantasia creada.

Enero 2002
(publicado en Zero 36)

Gay diversidad

Hay muchas maneras de ser gay. Tantas como gays hay. Y no se pueden reducir a unos pocos modelos.
La sociedad heterosexista y homófoba ha procurado crear unos cuantos estereotipos, generalmente descalificatorios, para poder clasificarnos y controlarnos mejor. Nosotros mismos, también tendemos a encuadrarnos, por una necesidad psicológica: la de pertenecer a un grupo, la de tener una identidad, que no sea la establecida para los heteros.
Esta necesidad hace que algunos rechacen a los que no encajan en la identidad que piensan que es la adecuada para ellos. Probablemente por que les cuestionan con sus comportamientos sexuales, con sus hábitos de ligue, con sus actitudes frente a la vida.
Para muchos que pretenden “normalizar” su vida, la gente con pluma o que hace cierto alarde de su homosexualidad en público, o que frecuenta los sitios de ambiente, les parecen que hasta perjudican a “la causa de la normalización”. Y esto más bien muestra de sí mismos que tienen una homofobia internalizada, pues esas son formas de vivir la homosexualidad tan legítimas como la suya.
Ya es difícil ser gay como para encontrar rechazos en las propias filas. Y probablemente siempre haya que luchar contra los prejuicios sociales y personales en contra de la homosexualidad.
No existe “la manera normal” de ser gay. Cada uno inventa la suya. No hay porque rechazar la que es diferente. Pues no nos la impone el otro con su presencia.
Tampoco hay que creer que se debe copiar la que se nos propone en determinados medios o ambientes.
Cada vez habrá más ejemplos públicos de gays de todo tipo: en pareja, en tríos o solos, con hijos o sin ellos; que sean afeminados o muy masculinos; que cultiven su cuerpo o que prefieran actividades espirituales; que les guste la ópera o la música más actual; que sean muy consumistas y viajeros, o ascéticos y sedentarios; que sean ministros o diseñadores de moda; futbolistas o campeones de petanca.
La sociedad tendrá que aprender que existen muchísimos modelos y aceptarlos. Aunque no encajen en los modelos burgueses de familia. Y que no hay gays buenos y gays malos. Sino personas buenas y malas, que pueden ser gays.
Está claro que hay aspectos comunes entre los gays, pero hay muchos más que no lo son. Por eso es importante respetarse a uno mismo y ser como uno quiera ser, y respetar a los otros.
Entre todos debemos conseguir un mundo donde haya más libertad para poder desarrollarse plenamente, y creo que lo haremos mejor respetando la diversidad.

Febrero 2005
(publicado en Zero 42)

¿Sexo entre amigos?

Está claro que en cualquier amistad puede surgir el deseo o incluso el enamoramiento, y estos llevar al sexo. Pero ¿ qué ocurre con la amistad? Y ¡de qué tipo de amistad estamos hablando?
Si aparece el sexo lo normal es que no sea con una amistad verdadera o profunda, sino que sea con un conocido. Que se dé con alguien con quien tenemos simpatía, al que sentimos amigo, pero no lo que entiendo por un amistad verdadera.
La amistad verdadera es una peculiar comunicación entre dos personas; que quieren realizar el bien mutuo y buscan la perfección del ser del otro. Algunas cualidades de este tipo de relación son: el respeto, la franqueza, la libertad, la independencia y el cuidado del otro. Para los amigos verdaderos lo esencial es la propia relación, el encuentro. El sentimiento de que importamos a otro por lo que somos y no por lo que tenemos.
Cuando surge una atracción erótica los amigos pensarán que eso no es lo esencial; aunque les apetezca jugar con esos sentimientos y poner en práctica ese deseo sexual. Lo normal es que aunque incluyan el sexo en la relación se les pase tras un tiempo. Pues ambos saben que no van a establecer un compromiso de pareja, pues no quieren exclusividad, la convivencia continuada, la posesión, el tener cosas en común (casa, dinero, hijos). En la amistad es muy importante la sensación de libertad frente al otro, de la ausencia de un interés o motivación que no sea más que el del encuentro, el del compartir ese trozo del trayecto de vida, que no condiciona el camino del otro. Si el deseo lleva a querer seducir, a fingir, a querer poseer al otro, a necesitarle demasiado, se está forzando lo que caracteriza a una amistad verdadera. En el sexo hay poder, hay dependencias, hay condicionamientos que no los tolera la amistad. Podemos decir que la amistad verdadera es una forma de amor, pero un amor casto. En donde la ternura sí aparece, pues ésta no implica posesión.
Con esto no digo que no sea posible lo sexual, pero que complicaría mucho la amistad y la podría llevar al traste, o transformarla en una pareja de amantes (que ya sería otra cosa).
Si, por ejemplo, uno de los dos amigos tuviera su pareja, probablemente el amigo soltero no querría realizar su deseo erótico para cuidado de la relación con el amigo y no crearle una tensión o un conflicto. La amistad tiene una ética muy exigente. Se basa en hacer el bien de ambos, y no puede sacrificar esa ética por un deseo. Cosa que sí podrían hacer dos amantes que no son amigos verdaderos. Pues la pasión se antepondría a la amistad.
Es cierto que antiguos amantes pueden acabar siendo buenos amigos, pero cuando ya desapareció todo deseo erótico, y ambos se viven con libertad. Los buenos amigos rara vez pasan a ser amantes, pues prefieren ese tipo de relación tan valiosa, y tan difícil de conseguir, a la otra que puede ser efímera.

Abril 2004
Publicado en Zero 64

jueves, 1 de febrero de 2007

Transterrados

Para muchos gays el hecho de sentirse diferentes y encontrar rechazo en el ambiente que les rodea, les lleva a un exilio interior. Uno se siente “situado en el lado opuesto” (significado del prefijo “trans-“), desterrado del Paraíso. Teniendo que buscar un nuevo lugar donde vivir y a donde pertenecer. Un espacio más libre, donde poner a prueba las dudas y la confusión sobre si se es homosexual o no. Donde poder expresarse espontáneamente, donde encontrar modelos que encajen con uno.
Es muy frecuente entre los gays que se de el paso de emigrar como una fase necesaria en el proceso de adquirir una identidad. Para muchos es una cuestión de supervivencia psíquica. Aunque implique empezar desde cero. Normalmente del pueblo a la ciudad, no siendo raro el cambio de pandilla, de barrio, de ciudad o incluso de país.
Se huye de las dificultades de relación que implica ser gay en un ambiente que se considera hostil, para ir a otro ambiente en el que, de entrada, uno está solo. Ese nuevo entorno rompe con las antiguas relaciones familiares, de vecindad, de ayuda y afecto. Por eso hay que establecer nuevas redes de relación y ayuda mutua. Así se crean núcleos de emigración en las grandes ciudades, que favorecen la formación de guetos, para formar lazos con los semejantes; como espacios de socialización, de encuentro, de solidaridad.
El periodo de adaptación implica momentos que pueden ser vividos como de gran aislamiento, y para algunos la salida fácil puede ser enamorarse sin discriminar bien, o establecer relaciones que luego pueden ser vividas como una carga, pues no se pudo elegir adecuadamente, por la urgencia de encontrarse con un grupo o personas de apoyo.
Esta lucha contra la soledad puede derivar en la adopción de roles, de estereotipos en el vestir, para encontrarse unido cuanto antes a ese grupo de pertenencia. Estos roles y apariencias podrán variar hasta que uno encuentre su propio camino. Pero no es raro ver cierta homogeneidad en los barrios-gueto homosexuales de las grandes ciudades, por esta necesidad gregaria, de sentirse protegidos. De pertenencia a algún lugar.
Para algunos la emigración puede ser transitoria, hasta afianzarse la propia identidad. Dándose luego un intento de volver al “Paraíso perdido”. La vuelta puede ser vivida como un desengaño, pues la ciudad o pueblo de origen, los amigos antiguos, la familia que se organizo sin el ausente, aparecen pobres, oscuros y faltos de libertad. Y esa “normalidad” deseada se descubre imposible. Uno queda definitivamente “en el lado opuesto”. Queda transterrado.

Enero 2003
Publicado en Zero 49

La pluma

La “pluma” es una palabra del argot homosexual que designa la existencia de rasgos y gestos femeninos en hombres, así como masculinos en mujeres. Hasta ahí una definición casi académica, pero la palabra pluma es algo más, pues crea categorías sociales: los-que-tienen-pluma, frente a, los-que-no-tienen-pluma. Categorías que están cargadas de prejuicios y malentendidos que me gustaría analizar, pues se dan incluso entre los propios gays y lesbianas. Y nos hacen mucho daño a todos, por su carga latente de homofobia.
Hagámonos primero algunas preguntas:
¿Tiene que ver tener pluma con ser “un verdadero hombre” o una verdadera mujer”? ¿Está la pluma condicionada por los genes o es algo aprendido culturalmente? ¿Implica tenerla que se sea gay o lesbiana? ¿Las prácticas sexuales están condicionadas por la pluma (ser activo o pasivo)? ¿Qué oculta el rechazo a la pluma?
Buscando plumas
En la sección de contactos de cualquier revista gay (véase la Guía Zero, que acompaña a ésta), la gente se define a sí misma y lo que busca utilizando adjetivos, casi siempre, positivos: cariñoso, romántico, sincero, libre, divertido, que tenga ganas de vivir, limpio, formal, responsable, tierno... Algunos se presentan como viriles, machotes, masculinos...pero ¡que curioso! la única cualidad que se expresa en negativo es: “sin pluma”, o “no afeminado”. No hay ejemplos de: sin gafas, o abstenerse calvos, o fuera intelectuales, o no ariscos. No importa que el chico que se presente a la cita fume, venga con su madre, sea un rácano, o mida 2.40. Si le preguntáramos a algún demandante de estas secciones por qué no incluye otras características negativas podría contestar: “Bueno, sí que hay, pero como serían tantas las cosas que no me gustan pongo la más importante: que no sea afeminado”.
Así ¿quién es el “machote” que se atreve a definirse como “chico con pluma”? Los que tienen pluma son los nuevos apestados.
¿Qué tiene de malo tener rasgos o modos de ser femeninos, para que se rehuya tanto en el ambiente, y se dé tal nivel de intolerancia y desvalorización? ¿O rasgos masculinos en las mujeres? Por que ellas también reciben calificativos despectivos como “camioneras” y “marimachos”.
Desde hace más de un siglo se asoció afeminamiento con homosexualidad y con pasividad o debilidad . No siempre había sido así. Y desde que se desarrolló el movimiento gay en los últimos treinta años, también está cambiando. Esperemos que esta imagen única del homosexual desparezca pronto con el aumento de visibilidad y la salida del armario de personajes famosos que sirven de modelos muy variados. Así el ataque no se centrará en los que tienen pluma, como si fueran los chivos expiatorios, ¡que vaya cruz! Y así los que pretenden ponerse a salvo tras su máscara de macho con pedigrí, sabrán que la lucha por cambiar la realidad homosexual es una lucha de todos, y no sólo de los que “se les nota”.
De hecho han existido momentos, en la lucha reivindicativa, en los que se ha favorecido la pluma, como táctica de lucha. “¿No quieres sopa? pues dos tazas.” Para poner en evidencia los niveles de intolerancia y homofobia de la sociedad. Y de cómo sólo está dispuesta a aceptar, en algún caso, a homosexuales “normales”. Y sólo si se portan bien.
Es decir que se ajusten a los estereotipos de hombre y mujer que marcan los cánones heterosexuales.
Todos estos prejuicios heredados de la cultura heterosexista, hacen que mucha gente sufra una intolerancia doble: por ser homosexuales y por ser afeminados. Dándose esta exclusión social incluso en el propio ambiente gay. Al rechazar a los que tienen pluma están rechazando, en el fondo, a los que tienen una orientación homosexual.
Es como si dijeran: “El homosexual eres tú, que pareces una nena. Yo soy un hombre, aunque me acueste con otros hombres. Estar contigo sería recordarme que soy homosexual, o que los demás lo puedan pensar de mí”.”Yo busco un hombre de verdad”. ¡Toma esa! ¿Entonces que son los afeminados?
Sexo, género, orientación sexual
Voy a intentar aclarar algunos conceptos que intervienen en lo que vamos viendo: El sexo, la identidad de género y la orientación sexual.
Las personas pertenecemos a dos sexos: varón y hembra, definidos básicamente por el tipo de genitales que tenemos al nacer. A partir de ahí se nos tratará de formas diferentes, se nos vestirá, se nos darán juguetes, se nos marcará con expectativas de comportamiento excluyentes: los niños no lloran, las niñas no se manchan, etc, etc. Se nos está marcando una identidad de género: lo femenino y lo masculino. Pues bien poco a poco vamos conformando una “identidad de género secundaria”: La forma de movernos, de hablar, de andar, las posturas del cuerpo, son diferentes para hombres y para mujeres. Hay una necesidad social de dejar bien claro quién es varón y quién es hembra. Pero en cada cultura y época histórica, en cada estrato social las formas cambian y no existe ninguna específica que permanezca. Lo que se considera como femenino o masculino no está determinado por los genes; son convenciones culturales, y por tanto cambiantes. Si no pensemos en las épocas de los hombres con pelucas y polvos en las mejillas, en las cortes europeas.
La “orientación sexual” es la que nos hace dirigirnos hacia un sexo, sea el propio, el contrario o ambos, haciéndonos homo-, hetero- o bi- sexuales. Nadie elige su deseo, sino que se da por una combinación de factores (innatos y adquiridos). La orientación no implica realizar sexo, puesto que uno se puede considerar heterosexual u homosexual y no haber tenido nunca ningún encuentro sexual. Lo malo es que damos por hecho que mientras no se de muestre lo contrario todo el mundo es heterosexual.
Pues bien, combinando estos tres conceptos, podemos encontrarnos con todo tipo de variantes: hombres afeminados heterosexuales, hombres masculinos homosexuales, mujeres femeninas lesbianas, etc.
Desprecio de lo femenino
El psicoanálisis ha dado diversas explicaciones al por qué hay un desprecio hacia lo femenino, por parte de lo hombres. ( Sin que esas explicaciones excluyan las motivaciones de otro orden: económicas, políticas o sociales).
El niño se identifica con el primer ser que le cuida y con el que se fusiona, que es una mujer normalmente. Es lo que valora más y por eso encontramos en los primeros años de vida del varón un deseo de tener bebés, como su mamá, y de ser como ella. Al crecer, para poder separarse psicológicamente de ella e identificarse con su propio género y sexo, tendrá que oponer un rechazo a las fuerzas que le llevan a seguir identificado con ella. Está como imantado por ella, y para no quedarse atrapado por esa fuerza la rechaza.
Es una teoría simplista, pero clara. Que incluye una idea previa de que los géneros son excluyentes y si se pertenece a uno no se puede pertenecer al otro. Y que si el varón quiere ser masculino tiene que rechazar lo femenino, y para conseguirlo tiene que desvalorizar lo que vivió como lo más deseado y perfecto.
El niño afeminado ha permanecido más identificado con su madre, por circunstancias diversas: por rechazo o ausencia de su padre (con lo que no puede identificarse con él), por tener una madre que rechaza al varón por su conflictiva inconsciente, (con lo que al niño le envía mensajes de que lo mejor es ser femenino)...
La niña varonil, puede haber encontrado un rechazo materno, o preferir las ventajas de los niños, y su libertad. El modelo femenino que ha recibido está más desvalorizado de lo habitual. Preferirá la compañía de los varones.

Ser afeminado
Ya hemos visto que el niño afeminado lo es sin elección, y al principio si conciencia de serlo. Es la sociedad, con su rechazo, la que le muestra que es diferente y le envía mensajes desvalorizadores. Los chicos de su entorno pueden hacer gala de su rechazo de lo femenino, para apuntalar su propia masculinidad que se vive como insegura. Por eso se dan juegos para demostrar la hombría. Y al cobarde se le llama maricón: eso es cosa de mujeres. Las niñas varoniles van a encontrar menos oposición por no cuestionan tanto a la sociedad con su postura. Al fin y al cabo lo masculino está valorado.
El varón tendrá que encontrar refugio muchas veces en grupos de niñas, lo que afianzará sus gestos o maneras femeninas, así como sus gustos, no siendo raro que idealice a actrices o cantantes “muy femeninas”, con las que puede identificarse.
Hay chicos y chicas que al darse cuenta de su pluma y de que no pueden evitarla, se desprecian así mismo, por el rechazo que observan a su alrededor, como si fuera malo y degradante. Y como desde pequeños absorbemos esa ideología del ambiente, acabamos incorporando rasgos homófobos, que nos salen espontáneamente y sin pensar. Es fácil comprobarlo al hablar con grupos de niños pequeños y decir que alguien es homosexual, empiezan a hacer gestos muy expresivos de contoneo de caderas, andar como paseando por una pasarela y hablar con tono femenino y lastimero. Lo que están rechazando es la homosexualidad a partir del estereotipo del hombre afeminado.
Este rechazo vivido puede dejar una desconfianza en los otros, que haga que la pluma se utilice como arma, haciendo de la debilidad fuerza. Es un defenderse atacando. Y esto explicaría el carácter de algunos gays muy cáusticos, que utilizan constantemente la ironía, el desdén, y la burla. Reflejando mucho de la agresión que sufrieron en su momento.
Otros tienen una represión gestual y una tensión corporal por el bloqueo de los posibles gestos femeninos. Lo malo es que esa rigidez se haya transferido a los propios sentimientos y a la expresión de las emociones. Y que genere alergia a la pluma, por la envidia inconsciente que produce la libertad gestual de los que la expresan.
De hecho es curiosa la expresión “soltar una pluma”: está mostrando que la pluma a veces se lleva tan reprimida, oculta bajo un manto de “normalidad”, que en cuanto uno no se ve cohibido, puede expresarla pero de forma explosiva y jocosa, por lo que tiene de liberación.
Tener pluma no implica ser activo o pasivo. Como tampoco ser más superficial o más profundo. Ni más inteligente o menos. Al fin al cabo la pluma es una forma de actuación en sociedad, que nos reviste, pero que no nos da una identidad profunda.
La pluma cambia con la sociedad. Tanto su manera de expresión, como su aceptación o rechazo. Vamos hacia una sociedad más andrógina, en la que los hombres y mujeres podremos ir incorporando aspectos del campo contrario, diluyendo las diferencias y haciéndolas menos extremas. Lo importante es que aumente la tolerancia frente al diferente, y que no nos sintamos obligados a representar papeles muy rígidos, ni en el sexo, ni en el género. Que podamos expresarnos con todo tipo de gestos, ropas, maneras, porque la sociedad no necesite marcar las diferencias sexuales de la forma excluyente actual, en donde o eres de un bando o del otro. Que permita que se pueda ser gay de muchas maneras: con pluma o sin ella.

Enero 2003
Publicada en Zero 49